sábado, 28 de marzo de 2009

Mundo Bereber Parte I

Al segundo día, salimos los 3 como era debido. Pero en Marrakesh la gente se multiplica a cada paso, y tras la visita a aquella tienda de babuchas en el zoco, ya éramos 5: yo tenía marido y cuñado, Agus y Diana hicieron de testigo. Nagim nos acompañó al herbolario, luego por las calles de los herreros, y volví a ver a aquella mujer que amasaba msmén repetidamente: sus manos arrugadas, su sonrisa cómplice (coge la pistola y dispára, extranjera!), la cebolla, la carne, y esa cama de velas sobra la que se cocía, adquiriendo un colorón a páprika que ya quisiera ver yo en uno de mis vestidos.
Nagim ofrció unos 500 camellos por mí, pero no tenía a quién. Cuando le dije que yo de un hombre quiero, principalmente, que me cocine, me dedicó una mirada oblicua y entendió que no había nada que hacer. Y menos, si en el desierto hay mucha cabra y poco ordenador (yo necesito escribir, Nagim...).
Y nos llevó de la mano por aquel laberinto, alejándonos del ruido de taxis, hierros de caballo, voces extranjeras, para que apreciáramos el rojo ladrillo de la medina de Marrakesh. Y llegamos aquí:



















Nagim decidió el menú, pues era el más experto, al ser él mismo bereber. Pero cuanto se quitó la chilaba y vi los vaqueros y la camisa, exclamé "Pero entonces eres normal!", y cayeron risas y risas sobre nuestra comida.

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