Carne a la Humana

En la Isla del Medio jugamos al escondite. Somos matrioskas, y amamos a todas nuestras lectoras. Nos seguimos los pasos sin querer y de lejos, y terminamos encontrándonos en un espejo como si fuera una acción cotidiana la de desvestirse, ducharse, pasear, besarse tras el vidrio de una copa de blanco. Adoramos que nos lean, que nos sientan, que nos toquen. Nos animalizamos a cada paso, y necesitamos escucharnos, mezclar acentos, cansancio y música. Fingimos enfadarnos, torear, y creemos en el diablo. Nos encanta compartir, sobre todo de noche, cuando soñamos que estamos justo aquí, donde estamos. Preferimos encontrarnos dentro de un color, o en alternativa en los aeropuertos, lugares de esperas y nostalgias, de espectativas y miedos. También nos encanta despedirnos: estaciones de buses, teléfonos, puertos. Preferimos los paréntesis a los plátanos, y los puntitos en lugar de las trufas. Cocinaremos pronto trufas con corazón de plátano.
La Isla se ha hecho un poco más grande desde que estamos. Nosotros, más pequeños.

Los domingos, muerde un trozo de mí, agarra la sartén chiquita, me asa (o me hierve, o me fríe), se sienta y me come; sus dientes aún no sangran. Al día siguiente es mi turno; suele gustarme recién hecho, y al dente. Y así, luna tras luna. Como anécdota, les contaré que la primera vez que intenté comerle el corazón (porque ya no quedaba mucho más) me di cuenta de que no lo tenía en su lugar (tras muchos años, aún sigo buscándolo). La noche del 10 de febrero de cada año decidimos subir a la luna por la escalera del medio; desde ahí, contemplamos nuestros animales plateados y saludamos a las animadoras. No nos hablamos. Trazamos en la arena lunar las letras con la que empiezan nuestras sonrisas. Desde ahí, coge sus títeres y los arma para que cocinen. Yo saco mis marionetas y las pongo a comer.

Y juntos, tenemos siempre hambre.