lunes, 16 de marzo de 2009

Cartas de la Isla

En honor a lo que apartamos y al nonsense que se acumula a nuestro lado; en honor a lo que descartamos para que nuestros platos salgan inmejorables; en honor al morbo, a la depilación, a las letras; en honor a quien se expone, a quien observa, a quien recuerda:

"Cuando uno está solo, cuando uno vive solo y además en el extranjero, se fija enormemente en el cubo de la basura., porque puede llegar a ser lo único con lo que se mantiene una relación constante o, aún es más, una relación de continuidad. Cada bolsa negra de plástico, nueva, brillante, lisa, por estrenar, produce el efecto de la absoluta limpieza y la infinita posibilidad. Cuando se coloca, a la noche, es ya la inauguración o promesa del nuevo día: está todo por suceder.Esa bolsa, ese cubo, son a veces los únicos testigos de lo que ocurre durante la jornada de un hombre solo, y es allí donde se van depositando los restos, los rastros de ese hombre a lo largo del día, su mitad descartada, lo que ha decidido no ser ni tomar para sí, el negativo de lo que ha comido, de lo que ha bebido, de lo que ha fumado, de lo que ha utilizado, de lo que ha comprado, de lo que ha producido y de lo que le ha llegado. Al término de ese día la bolsa, el cubo, están llenos y son confusos, pero se los ha visto crecer, transformarse, formarse en una mezcla indiscriminada de la cual, sin embargo, ese hombre no sólo conoce la explicación y el orden, sino que la propia e indiscriminada mezcla es el orden y la explicación del hombre..."

Quería yo tirarme el rollo con ese famoso pasaje de À la recherche du temps perdu de Marcel Proust sobre las magdalenas, pero prefiero inventar que no lo leí ni lo tengo (ya saben, cualquier día de éstos es mi cumple...). En realidad, este gajo de Todas las Almas (J. Marías) es bien desolador, algo paranoico y con demasiado arraigo a la tierra. En suma, lo contrario de una Isla. Y me gusta que así sea, porque al final lo importante está siempre en otro lado.

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