sábado, 25 de abril de 2009

Tostas de solomillo con cebolla confitada y Calabacines rebozados

A los náufragos nos chifla chuparnos los dedos. Esta debe ser la tercera o cuarta vez que lo decimos, y si supiéramos contar más...

Así que imagínense que a la derecha tienen a las Meninas de Velázquez en posición espectante, a la izquierda una infinidad de árboles y plantas vestidos con vaqueros lila, taconazo y maquillage. Hace falta poco para romper las reglas de un encuentro.

El barrio es un laberinto de cuestas letradas con pingüines en cada esquina; fuman, gritan, y yo sólo te puedo mirar a los ojos: cuánta tranquilidad en tan sólo dos gotitas de té. Y tras rozarte el dorso de la mano derecha, pedí al viento que pasara por tu pelo beat, al que sólo tienes que dejar crecer.

La Musa de Espronceda nos acogió entre sus brazos, linda como es ella, cuánto tiempo sin ni siquiera verla, ¿no? 7 años son muchos, puede que ni la reconozcas. Y nos sentamos los tres, me ocupé de mi vino afrutado, de tu cañita y de su aire sentado en una silla con el respaldo roto.

Alguien, a escondidas, decidió azucarar las tiritas de cebolla, supongo que a fuego lento (que es como mejor salen las cosas), supongo que removiendo: hay que observar detenidamente, como si fuera un cuadro de Goya, cómo la cebolla se derrite con el fuego y la dulzura, se empapa y se enferma de diabetis. Por otro lado, hay que cortar el solomillo en lonchas gordotas e irregulares, pequeñas para que permita el bocado único; dejarlo a media cocción entre tomillo, pimienta blanca y semillas de sésamo. Y por último, hay que coger pan salpicado de pasas y tostarlo.
Un montadito de solomillo con cebolla confitada es lo que se necesita para acompañar un blanco (aunque no haya pescado, pues sí). O dos. Y si cuando das el primer mordisco todo se desmorona, hay que pasar a comer con las manos, recoger lo que se cae desmayado, como un beso a la bella durmiente.
Y si por otro lado nos llega una fuente de calabacines rebozados finemente, pues me ocuparé de cortarlos por la mitad y de que los cuartos de luna se multipliquen para que me veas más bella. Tú más, susurró la Musa pasando por la reja.

Todo lo que sube baja, dice el refrán. Y en la bajada nos encontramos con la inquilina del piso de arriba, que nos invitó a otro vino y asistió al espectáculo más lindo de la tierra: bailando en la huerta, pisando las alcachofas, las zanahorias, los pimientos rojos. La inteligencia es una enfermedad de temporada.

Aún no entiendo por qué te reiste cuando pronuncié la palabra plexiglas. A mí me parece tan técnica, tan precisa, tan mía. Así como empatía lingüística, y no eres el único que se sorprende conmigo.

Pero yo sí soy la única que se sorprende contigo.

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