viernes, 10 de abril de 2009

Caracoles revueltos en pinzimonio


Me senté en todas las mesas de ese malecón de madera que da al río. La luz del Volta i Volta me enloquece cada vez que voy a Gi. Debe de ser porque entra el reflejo blanco de San Feliu, o el latido de alas de los patos, o porque entramos a paso de náufragos buscando refuerzos.

Tu rostro se iluminó cuando viste que había ciervo (la luz se me hizo casi insoportable); pero la sonrisa estalló frente a los caracoles de tierra. Yo doblé hacia un plato sencillo y gustoso como es el redondo con crema de champiñones. Y el pulpo a la gallega nos puso de acuerdo. Tierra, Bosque, Mar. Faltaba el Campo, y lo encontramos en ese tinto que me animó desde la primera gota que me serviste, una lágrima de sangre de Judas.

Mientras la conversación se entablaba sobre esto y aquello, vos observabas el puente de hierro rojo de Eiffel, donde poco antes había hecho rappel. Yo miraba la Catedral, recordando a quien me narró, en algún momento de su último verano, todos los pasos de su construcción, derribo y renacer. En la piedra está inscrita nuestra historia.

Recuerdo que sembraste sal por encima del pulpo y salió su verdadero sabor: su textura cartilaginosa y respingona. El vino me afectaba para bien y fui tan curiosa que descubrí la isla de las palomas justo ahí, a nuestro lado. Hubieras imaginado nunca que íbamos a tener vecinos con alas?

Y llegaron. Posicionados cual piezas de ajedrez en un platito de acero con asas, listos para jugar, las líneas de su caparazón dibujaban una espiral infinita, repitiéndose encore et encore. Tus ojos se cerraban cada vez que te dejabas cosquillear la garganta por el vino. Empezaste a imitar a aquellos caracoles, poniéndote cuernos con los dedos y cara de amable animal de tierra cual sos. Yo, con mi vestido de leones enamorados, estaba notando las gotas... la nena de la lluvia. Y llovió, tanto como en todos estos años de incógnita, de espera inconsciente, de cruces de fechas. Maravilloso es estar al reparo cuando todo se cae fuera, ¿verdad? Pero no estaba al reparo del desafío, y fue ahí que me enseñaste:

Abriste un espacio de remolino, echaste sal y pimienta y mezclaste todo con un palillo: el aceite se abandonó al juego de la seducción. Con dos dedotes cogiste un caracol y ahondaste el palillo en su corazón. Me mataste ché, recordé. Recorriste el laberinto de su casita al contrario para sacarlo, y me lo mostraste mientras me hablabas de la textura de su carne y del sabor a tierra. Lo mojaste un poco en el pinzimonio y a la boca. Y me contaste de la lengua, de Mame, de los tabúes que no tenés.

Sabés qué? Yo tampoco. Y siguiendo los mismos pasos, me abandoné al ritual. Una y otra vez. Y me gustó mucho, mucho mucho mucho más de lo mucho que te digo.

Pero la receta no la tengo, vos la sabés, vos sos el que cocina, animal, pues yo, lo único que puedo hacer, es comer. Y dijiste que creías haber visto todo en la vida, hasta que...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Espero que hayas hablado lindo de mi...
Te veo perfectamente: "Tus ojos se cerraban cada vez que te dejabas cosquillear la garganta por el vino" ...

La Isla del Medio dijo...

eso me gusta, cuando lo que escribimos se puede ver, oler, sentir su sabor: comernos la fantasía. gracias, gracias Mame (please, firmate che, que acá tenemos muchos problemas de personalidad múltiplas y triples y luego nos liamos!).
y obvio, habló muy, muy lindo.
gamba

Mame dijo...

hola gamba!
... y me imagino tambien que a ese trago le siguio una sonrisa a puro diente y una mirada de ojos complices probablemente acompanados por el asomo de la sin tabues...

te veo, te veo claramente... que ganas!