miércoles, 8 de abril de 2009

Sueño de una noche de primavera sobre la Isla del Medio

y los ríos recitaban poemas...

Es arduo no soñar cuando sabes que la noche es para caminar y vivirla.

La primera imagen fue de piedra color glassé con agua de áloe que bajaba, impertérrita y arrugada, y tu mano trigueña quería confundirse con aquella fuente. Ambos sabíamos que era nuestra amada isla, pues se superponía la imagen de nuestros cuentos, que bajaban al ritmo del agua. Se plateaba absolutamente todo. Sabés por qué estaba feliz? Porque vi que habías vuelto a escribir todos mis cuentos a tu manera, en especial el de Halima y del pescado.

Se abrió el espacio de mi sueño hacia un lugar con rocas más grandes, y hubo una desembocadura, o una catarata, o un remolino. Todo parecía un huracán de sentidos.

Me suspiraste al oído: no tengas ningún miedo...

La fuerza de nuestra naturaleza nos mantenía hipnotizados y sonrientes, como drogados de felicidad. Llovía mucha agua enfrente de nuestros ojos: eso era lo más bello que habíamos descubierto en nuestra isla.

Observé un poco más de cerca una estatua que yacía en el suelo: era la silueta de una virgen que bebía de sus propias manos. El agua había roto parte de sus dedos. Fue una suerte reencontrarlos, tan lisos y tan blancos, a pocos metros de la turbina de agua.

Luego llegamos a una selva, árboles frondosos y enredaderas; pero nada nos dificultaba el paso. Parecía aquello San Martín (de Iguazú). Estábamos más alejados el uno del otro, y en el aire había olor a mimosa. Comenzaron a pasar algunas avionetas encima de nuestras cabezas. Vos sonreías, que es lo que más te caracteriza, también en mi sueño. Mientras observaba que los aviones se movían cual pájaros, entendí las leyes físicas, y a partir de ahí dejé de tenerles miedo.

Lo más curioso fue que, caminando, llegamos a un lago. Pequeño, de aguas limpias, con piedras al fondo, grandes como huevos prehistóricos. Nuestras manos se unieron, respectivamente, en la misma posición de la estatua de la virgen. Y en lugar de agua, empezamos a beber palabras, folios blancos, textos, vivencias, ficciones, delirios... Los mismos que hay aquí, en la isla.

Esta mañana, tempranísimo, mientras iba volando al trabajo y buscando a la vez el mechero en el bolso, encontré aquellas piedras, tan lisas y tan blancas. Mi mano es su refugio, su casa, su cofre.

Y todavía, no sé quién eras.

No hay comentarios: