sábado, 11 de abril de 2009

Pennette con salmón y vodka

amipa cuito


Difícil, para una italiana, decir que no a una invitación a pizza. ¿Te acuerdas de cuando me soltaste aquello de que era uno de los platos más afrodisíacos que conocías? Obviamente no te creí, y te solté aquel otro de que seguro que no habías probado nunca mi pennette con salmón y vodka.

Tras mudar mi vida de un lado al otro de la pared, traducir una veintena de páginas de mi idioma al tuyo, corregir, revisar, leer, etcétera, sinceramente no tengo ninguna gana de:


coger un par de ajos, acostarlos cual niños pequeños y con la lama de un viejo cuchillo ejercer una fuerte presión sobre los mismos. así, verás que es más fácil quitarle la piel. cortarlos por la mitad y quitarle el alma verde, si es que aún la tienen. y ponerlos a dorarse en un canalito de uil d'olive.
La carne del salmón es perfecta para este plato, pues cruda se desminuza con facilidad: sólo hay que hacer ese juego con los dedos, dejar que se inserten poco a poco y que separen en trocitos sin formas. Añadir el salmón al ajo dorado y dejar que se cuezca, sin prisas pero sin pausas. Con los dientes, arrancar el tapón al vodka, echar y flambear con generosidad: emborracha tu salsa, emborráchate a ti, y a mí. Perejil por favor, mucho, y fresco, picado como sal, previamente lavado, que se huela hasta donde vive dios. No, no me estoy equivocando: la albahaca cubriría el sabor del vodka, y eso no lo queremos, ¿verdad? Nata sí, espesa y poquita: mezclémosla con un poquito de sal y pimienta en un cuenco, le añadimos un poco de leche para que tenga la consistencia exacta y echamos a la sartén. Mira cómo se forman los colores; seguro que nunca, antes, lo habías visto en tu isla. Por eso está la nuestra. Pennette rigate, y no empecemos con teorías sobre qué pasta es mejos para qué salsa, que para eso ya estoy yo (o, si se da el caso, mi socio). Cocerlas al dente, escurrilas bien y echarlas a la sartén de la salsa (no vale lo contrario, pues se pierde la esencia de todas las cosas). Servir en platos rectangulares decorados con rúcula al vinagre de Módena.


Decía... qué pereza. Me pongo los tacones y en media hora estoy ahí. Mismo sitio, obvio. Misma afrodisíasis.

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