lunes, 6 de abril de 2009

Lomo de la no-stalgia, acompañado.

Acelerada.
Llegué y me fui así, y hoy vuelvo a calzar mis tacones verdes (sí, los recogí de la ventana). En el avión de vuelta me acompañó un piloto hermoso que pidió por mí una tila. El miedo, lamentablemente, no se pasa con una infusión, le precisé. Leía un pésimo best seller de conspiración (dios, cuánto tiempo perdido) y estaba feliz porque se iba a casar dentro de nada. Tenía una sonrisa para morirse, volver a resucitar y morirse de nuevo, espiralmente.
Pero aterrizamos.
Y me llamó el rubio, y vente a cenar, y dale, voy con taxi ya del verbo ya.
Mientras subía Buenavista (una de las cuestas más difíciles del barrio, pues casi no tiene aceras) me acordé de Dani y su bici, de Jordy por los Pirineos, y de aquel famoso proyecto cubano que se llevó a cabo sólo parcialmente.
Es lindo abrir una puerta y encontrarte con un pijama de osos color pastel que sonríen y cocinan. La tarde pasada por tiendas de decoración sueca terminaron en una fiesta de pimientos rojos mezclados con cebollas y piñones (fijo en este tipo de cocina), que hicieron de cama a unos redondos de lomo riquísimos.
Pero el punto estuvo en la madera negra de la mesa, en los platos rectangulares, en lo nuevo que avanzaba a cada bocado, los cuentos del viaje, de los próximos días, de nuevo Marrakesh que vuelve y revuelve (ahora no podrás vivir sin Marruecos, me dijo alguien cuyo nombre no quiero acordarme). El punto estuvo también en el orden y en el cansancio, en la terraza y en la cama, en la moto y la comunidad.

Qué lindo volver a pasar el anochecer contigo, como si nada hubiera cambiado.
Y dos veces en un día, no hubo ni tiempo para la nostalgia.

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