sábado, 23 de mayo de 2009

Sin sal y Viceversa

Fue en el '99.
Recuerdo que ya entendía todo en español, aunque me costara hablar tan perfectamente. Martha Luana nos reunió para organizar la recogida de los poetas y críticos que ese año visitaban mi antigua Isla de Venecia. Me juntaron con una supueta experta en la opera omnia de Mario Benedetti y fuimos al aeropuerto sobre el agua: Mario y Luz llegarían a las 11.45 de la mañana con un vuelo desde Madrid.
Ambos eran muy pequeñitos, flacos y con el pelo irremediablemente plateado. Luz tenía una sonrisa bellisima, paralizada, continua, regenerándose a cada rato. Cogimos un barcotaxi, cruzamos el norte de la laguna, nos metimos por Guglie y salimos al Canal Grande. Era la primera vez que veía Venecia desde el punto de vista del agua.
Los días a venir seía repletos se sorpresas. Luz agradecía que la lleváramos a conocer ese mundo de máscaras, a través de las antiguas paredes de piedras grandes y rectangulares con las que está hecho cualquier palacio veneciano. Creo que hasta tenemos una foto juntas con las palomas.
Lo más curioso era que Luz se aburría soberanamente durante los recitales de poesía. Una mañana, en la mesa redonda, la pregunta fue "¿Crees que la poesía va a desaparecer, Mario?´"; y él, en lugar de contestar racional y lógicamente, se puso las gafas, deshojeó Inventario y empezó a leer...

Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte.
Tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte.
Tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte.
o sea,
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.

Lo divertido fue que, mientras Mario leía, su micro hacía contacto con el audífono de Luz, que empezó a pitar fuerte y siempre más fuerte que tuvo que salir. Fui detrás de ella y le dije "che, vamos a tomarnos un helado de fresa" y me sonrió sin decirme que sí. Pero invitó ella.

Aquel día fuimos a comer a la Plaza Santa Margherita. Casi todos pedimos un plato único de carne (filete de ternera en su mayoría), y recuerdo que Mario tuvo que comer unas patatas hervidas sin sal. Por la tensión, dijo... Y mientras comíamos, nos contó su exilio, los 10 años lejos de su Luz, la estancia en la Cuba de Fidel, y cómo su mujer, que trabajaba en el aeropuerto de Montevideo, falseaba los papeles para que pudieran verse, año tras año. Me moría por darle un beso, comentó ella, entre un mordisco de dentadura postiza y otro.

Yo, que había leído parte de su poesía, me los imaginaba manchados de papel carbón y esmalte rojo, o armados en la lucha, creyendo en el Che, y Artigas, y escribiendo en libretas consumidas en el tiempo.

Y ahora estamos aquí, consternados y rabiosos, y felices de que por fin hayas podido reencontrarte con tu Luz, tras el último exilio de tu vida, lejos de ella.

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