domingo, 7 de junio de 2009

Especia(s/l)


Los herbolarios de Marrakesh son museos del olor. Es difícil llegar si alguien no te guía por los zocos, pero si los encuentras casualmente la experiencia es más sorprendente. Suelen ser laberintos de paredes blancas, con estanterías y botes ordenados por colores: especias, aceites, pigmentos, flores, raíces... Hay muchas puertas y recovecos donde esconderte para robar un beso, una mirada, o una raíz de ginseng. Todo es muy silencioso por dentro, lo contrario de esa ciudad en bullicio continuo. Y luego, te adjudican una salita y un herborista que hable tu idioma. En realidad, recitan poemas a cada rato, mirándote fijo a los ojos más de tres segundos seguidos y consiguen que te enamores.


El cuidado del cuerpo por fuera se convierte, pues, en un ritual de detalles: aceite de roseta para las cicatrices y las ojeras, aceite de argán para rociarte tras un hamam, sanoug para respirar mejor. Pero el cuidado del cuerpo por dentro es todavía más infinito: ras el hanut es el nombre de 35 especias que sirven para tajine, couscous, barbacoa; con el azafrán coloreas los arroces, los calditos y el pollo; con el comino saboreas las legumbres y las sopas, y evita el dolor de estómago.


Y hay una infinidad de palabras especiadas que ahora mismo he escondido en los cajones rojos del mueble de la cocina, que es el mismo sitio donde guardo la inspiración de to see you again, zwin.

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