martes, 14 de julio de 2009

El teléfono de la Isla

Debe de estar pasando algo con los números. Ayer, cuando volví a casa, recibí una llamada: el display marcaba algo parecido a un trentaitrés con algo de seis, y en seguida lo reconocí: el número de la Isla!

Pero lo curioso fue que, cuando descolgué, se me empezó a llenar el oído de números: el 23 con el 5 (algo se bloqueó), otra vez el 33 (al espejo es un εε o un ee, y la sonrisa se duplica), luego un dos confundido con un 1, y de ahí ruidos raros como veinticuatro, desde hasta (palabras que marcan el tiempo cual péndulos), treinta, julio como siete, ocho días, tres imposibles, la canción de Carlos Puebla para nosotros siempre es 26, y la verdá: no sé qué más.

Tuve que empezar la cuenta atrás y el resultado fue 52 días sobre una base de 5 meses y 4 días, dividido por 28/2.

No me salían las cuentas y no reconocí a la Isla hasta que la oí recitar:

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de...

Todo pasa por la palabra clave: nuestros aviones, nuestros Julios, nuestro futuro.
Aquí hay gato encerrado, la oí decir. O, en alternativa, un pequeño saltamontes.

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