viernes, 3 de julio de 2009

Brownie en playback de chocolate doble

Me levanto temprano por la mañana, pues tardo mucho en ajustarme los rizos. Frente al espejo, observo cómo el tiempo cambia mi cuerpo, inevitablemente, y me pregunto si cambiará también mi forma de ser, los modos que tengo de querer a las personas, de darle vueltas a las mousse, de extender la nata, el praliné de colorines y todos los demás ingredientes que suelo utilizar a diario.


Hace mucho ya que decidí doblar la cantidad de chocolate en el brownie. Mis clientes -gustosos y divertibles- aprecian esa generosidad, pues les coincide con ese extraño virus llamado hiperglucemia del amor, que algún día llegará a afectarme a mí también.


Tras lavarme cuidadosamente las manos, cual médico que se asome a una delicada operación de cirujía, echo un vistazo a mis uñas: los postres no soportan las faltas de limado ni exceso de esmalte. Descascaro 4 huevos de un golpe (la experiencia comete esos milagros) y separo las yemas de las claras; a éstas añado 4 cucharadas soperas de azúcar blanco refinado y paso a montarlas a nieve, con la misma paciencia con la que espero una señal de él. Las yemas, en cambio, terminan en un cuenco de metal: hoy no sé si juntarlas con nata, crema de leche o yogur. Todo depende de cómo quiero que sea el día, si corposo, naif o light.


Tras realizar estas operaciones, miro hacia el fondo donde está el espejo: ahí yace el bote con polvo negro, ya multiplicado de por sí, presentándose con sus cantidades perfectas. Como aquella vez que desempapelamos las chuches crunch y comimos al ritmo de los mordiscos. Siempre hay dos formas de vivir la vida, dependiendo de si estás a un lado o al otro del charco. Yo estoy en éste, nadie me espera en ningún lugar, pero yo tengo fe de encontrarlo cada vez que me paseo por el barrio de Palermo viejo. Junto, pues, la doblada de chocolate a las yemas, y mientras les doy vueltas, despacio, añado la nieve de yemas azucaradas hasta que todo se convierta en una crema espesa e impermeable. El truco está en echarle unas gotas de agua para oxigenar un poco el día, y así lo hago, mientras me siento una princesa que juega con su gato.

El momento del horneado y de la espera es el que más me gusta. Programo a 220º y 26 minutos. En ese instante, salta una conversación nueva desde el otro lado del espejo. Dice ¡hola! o ¿cómo vas ché? y nos tiramos a conversar de viajes, amores descabellados, trabajo, y recetas para enfermos. Me sorprende todavía la facilidad con la que ha llegado a mi vida a través del arte, sin filtros ni dobleces, con una sonrisa que jamás he visto pero que llevo meses imaginando.

Susurro todas las palabras que leo, y en el playback encontramos nuestra forma de comunicarnos.

2 comentarios:

Feli dijo...

Aunque este de este lado puedo saborear ese brownie e intentar descubrir el secreto...
Linda receta.

Besos

La Isla del Medio dijo...

gracias a vos feli, que independientemente del lado del charco en el que estás, estás.

gamba